Por esos azares de la vida terminé estudiando economía en la Universidad del Pacífico. Las bombas de Sendero Luminoso y las constantes paralizaciones me habían llevado a dejar San Marcos, donde estudié sociología por unos dos meses. Mi objetivo era complementar ambas carreras.  

Siempre me llamó la atención que mi padre, un académico sanmarquino, filósofo y educador de las canteras de izquierda, aceptase que estudiara en la UP. Creo que lo hizo por una dosis de realismo. Eran los inicios de los 90 y el Perú vivía una de las peores crisis de su historia, la misma que daría inicio alas reformas económicas liberales (neoliberales, para ser más precisos).

Como se imaginarán, en adelante, la confrontación de ideas con mi padre se convirtió en un ejercicio no exento de tensiones. Recuerdo que en las primeras semanas de clase, un día me preguntó qué me habían enseñado. Había llevado introducción a la macro, y luego de decirle que habíamos revisado los conceptos básicos, entre ellos qué es la economía, me interrumpió y me dijo: ¿y qué te han dicho? Que es la ciencia que estudia la escasez de los recursos, le respondí. OK, esa premisa no es cierta, refutó, en el mundo no faltan recursos, están mal distribuidos.

Los siguientes cinco años fueron así, y las confrontaciones intelectuales siguieron su curso incluso luego. Siguen hasta hoy. Uno de nuestros más recientes debates ha sido sobre la reforma educativa como vía para superar la desigualdad. No es que él no la considere necesaria, pero está seguro que no mejorará los niveles de igualdad en la sociedad, que el problema es estructural al modelo.

Y bueno, el economista de moda, el francés Thomas Piketty, ya nos ahorró que sigamos discutiendo sobre este tema, pues le dio la razón hace una semana durante el IV Congreso del Futuro organizado por el Senado chileno. Porque una de las cosas que dijo Piketty fue que analizando solo al 10% de la población de mayores ingresos para el caso de Estados Unidos, se podía concluir que no habiendo mayores diferencias educativas en ese grupo poblacional, las distancias de ingresos sí podían ser sustantivas. Si bien cuando se habla de desigualdad es usual comparar al 10% más rico con el 10% más pobre, en realidad lo que ha pasado en las últimas décadas en el mundo es que la riqueza ha tendido a concentrarse incluso en el 0.01% de la población.

Ya deben haber escuchado las principales conclusiones de Piketty. Pero acá va un resumen relevante para el debate sobre la desigualdad que se está dando en Chile y para una agenda que debería estar presente en el Perú.

Primero hay que recordar que, a diferencia de los trabajos tradicionales sobre desigualdad, que basan su información en las encuestas a hogares, el francés logró obtener las bases de datos del IRS (el equivalente estadounidense de la Sunat). Esto le permitió solucionar el inconveniente de que las personas más ricas no suelen responder las encuestas, lo cual hace que se subestime el nivel de desigualdad. Con esta información Piketty logra demostrar que, en los últimos 60 años, el 10% más rico de dicho país ha pasado de poseer el 35% del ingreso nacional a manejar casi el 50%. Más aún, en el mismo período, el 0,01% más rico pasó de controlar el 0,7% a poseer casi el 3%. ¿Y cómo es que se da este proceso de acumulación y por qué seguiría acentuándose? Piketty encuentra que el 0,01% más rico de Estados Unidos obtiene el 70% de sus ganancias a partir de ingresos de capital, y menos del 20%, a partir de ingresos por trabajo.

¿Y por qué dice que el sistema se encamina hacia una concentración aún mayor? Básicamente porque la tasa de retorno del capital es más alta que la tasa de crecimiento de la economía. Esto significa que aquellas familias acomodadas que tienen suficientes excedentes para invertir en capital —físico o financiero— ganarán, a la larga, más que el ciudadano promedio que vive de su trabajo. Con el mayor retorno, las “minorías patrimoniales” estarán en condiciones de adquirir aún más capital, y el ciclo de concentración continuará.

Con una sonrisa en el rostro, Piketty dijo en el auditorio que colmó los ambientes del Senado chileno, que no entendía por qué lo habían satanizado tanto, que los analistas se habían obsesionado con su propuesta de aplicar un alto impuesto para los más ricos cuando él consideraba que el mayor aporte de su libro es echar nuevas luces sobre las causas del problema de la desigualdad en el mundo. "No estoy en contra de que las empresas tengan retornos, me parece bien y necesario para la economía", afirmó. La pregunta es si ciertos niveles de retorno terminan afectando el sistema y generando mayor desigualdad y si eso no es algo en lo que los Estados deben intervenir.

Sobre esta preocupación, hasta el Fondo Monetario Internacional (FMI) se ha pronunciado. En un estudio publicado el año pasado, esta institución, otrora defensora del Consenso de Washington, afirma que existen niveles de redistribución que contribuyen a la productividad agregada de la economía, y que la desigualdad de ingresos es negativa para el crecimiento del PBI.

Si el mismo FMI ha puesto a la desigualdad como una variable relevante para el buen funcionamiento de la economía y en Chile, otrora modelo que debía seguir el Perú, es el principal tema de debate en este momento, ¿por qué en el Perú algunos siguen negando su relevancia?

Vayamos entonces al debate en Chile, a la relación de algunas de las reformas propuestas por el gobierno de Michelle Bachelet con los planteamientos de Piketty e incluso con los hechos por la propia OECD.

Chile y el debate sobre la desigualdad

Piketty compartió la sesión "Enfrentando la desigualdad" con Alberto Arenas, ministro de Hacienda de Chile. Más temprano había estado la presidenta Bachelet y para la sesión del final del día llegó el ex presidente Sebastián Piñera.

El debate central hoy en Chile es el de la desigualdad y las reformas que el gobierno de la Nueva Mayoría ha planteado y que han generado el descontento del sector empresarial. Hay un primer punto central para nuestro país. En Chile nadie niega que la desigualdad es el principal reto que tienen por delante. Piñera se encargó de enfatizarlo en su discurso de la noche. Si hay alguien que cree que no es un problema, no se atreve siquiera a manifestarlo en público, porque es, por decir lo menos, políticamente incorrecto. Tanto la derecha como la izquierda están de acuerdo con que es el problema fundamental que abordar hoy, y los medios de comunicación que representan a cada una de estas posiciones ideológicas también.

En lo que hay discrepancias es en la manera o en las herramientas que se deben usar para reducirla. En su discurso, que fue bueno más allá de las discrepancias que se puedan tener con la posición planteada, Piñera señaló que lo que Chile tenía que hacer era básicamente lo que ya había venido haciendo en las últimas décadas: fomentar la inversión privada y de esta manera la generación de empleo de calidad, dándole prioridad además al incremento de la productividad. Para él, no había que tratar de descubrir la pólvora con propuestas fantasiosas, en clara referencia a las reformas emprendidas por Bachelet. Eso sí, y acá viene la segunda diferencia sustantiva con el debate en el Perú. Como parte de las discusiones en torno a las propuestas lanzadas por el gobierno de Bachelet, la derecha y la izquierda parecen haber llegado a un consenso: que la manera de emparejar la cancha es impulsando la educación pública. De hecho, antes de volver a Lima, el Congreso había aprobado por consenso la propuesta del Ejecutivo para incrementar el presupuesto público destinado a la educación estatal mientras que las medidas para acabar o regular ciertas prácticas del ámbito privado solo fueron aprobadas con el voto del partido de gobierno, e incluso con intensas discusiones dentro de él.

La reforma educativa en Chile será financiada con la reforma tributaria que ya se aprobó en el Congreso -también después de un largo debate para llegar a un consenso-, y que será aplicada de manera progresiva. La única discusión en este momento es si debido a la desaceleración económica es necesario postergar el inicio de su aplicación un año más. Pero de que va, va. Tanto esta reforma (aumentar los impuestos a quienes más ganan) como la reforma laboral van en línea con las propuestas de Piketty para resolver las desigualdades. Pero en el segundo caso, en el laboral, hasta la propia OECD se ha pronunciado en línea con lo que plantea el francés. En un estudio del 2011 titulado Un vistazo a la creciente desigualdad de ingresos en los países de la OECD, se atribuye la creciente desigualdad, entre otras causas, a las políticas laborales implementadas las últimas décadas, tales como la reducción en el nivel de cobertura sindical. Así las cosas, los motivos principales de la creciente desigualdad de ingresos serían tanto la diferencia de horas trabajadas —el empleo a tiempo parcial ha crecido de 11% a 16% en los últimos 15 años señala el estudio— como la que existe en los ingresos por hora.

Desde la mirada de Piketty, justamente una de las variables que explica el incremento de la desigualdad en el mundo es el desbalance de poderes entre los dueños del capital y los sindicatos. En este sentido, la reforma laboral propuesta por el gobierno chileno está íntegramente destinada a incrementar el poder de negociación de los sindicatos y, para ello, previamente alentar su fortalecimiento. Porque así como en el Perú, las reformas liberales llevaron a un debilitamiento de los sindicatos en Chile, donde, salvo el sector minero, representan un porcentaje muy bajo del total de trabajadores del país. Entonces, para que estén en capacidad de negociar, el objetivo del gobierno parece ser primero fomentar la sindicalización y fortalecer su organización.

En el debate que se está dando en el Congreso también está participando la Confiep chilena, quien por lo menos hacia el público, más que una derogatoria de la norma, lo que ha propuesto son modificaciones a artículos del proyecto de ley. Nada de lobby por lo bajo, todo el debate abierto al público y sin roche. Como diría un ex presidente, el que no la debe no la teme.

Sobre las reformas en su conjunto, hay un punto sumamente interesante que citamos en el editorial de la revista Poder de enero y que vale la pena recoger aquí. En su página editorial, el diario El Mercurio, crítico en principio de las reformas, llama la atención sobre un hecho relevante para el análisis sobre el efecto de las mismas. Señala que si bien durante el 2014 las inversiones de empresas chilenas se han contraído, las compras y fusiones han alcanzado un nivel histórico, superior en 240% a las del 2013 y alcanzando en monto prácticamente a Brasil. Estas compras y fusiones se explican básicamente porque empresas extranjeras están aprovechando el pánico de las locales para adquirirlas. Ven este escenario como una gran oportunidad. ¿Por qué les asusta menos las reformas en marcha que a los empresarios locales? ¿Será porque en los países donde operan la existencia de sistemas tributarios más progresivos son el común denominador; porque no hay discusión sobre la necesidad de una educación pública, gratuita y de calidad; y porque los derechos laborales, entre ellos los sindicales, ya están totalmente asimilados como parte esencial de un sistema que se jacte de ser una democracia?

Este debate de lo que sucede y sucederá en Chile será muy relevante no solo para el Perú, sino para la región en general. Veremos hasta dónde llega la capacidad política de Bachelet para lograr lo que se ha propuesto y cuáles son los efectos que trae en el mediano plazo, luego que haya pasado la incertidumbre de corto plazo acentuada por la desaceleración económica.

Punto final: Perú y Chile, ¿la hacemos?

Sobre lo que nunca he tenido discrepancia alguna con mi viejo es sobre la relevancia y la necesidad de invertir en innovación, ciencia y tecnología para lograr avanzar hacia ser un país desarrollado. Les parecerá ahora algo evidente. Pero hasta hace muy poco prácticamente nadie la daba bola en nuestro país. Felizmente, sobre este punto algo está cambiando en el Perú, tanto desde el ámbito privado como desde el púbico y el académico. Es de esas cosas buenas que lamentablemente tienen poca difusión.

Y es aquí donde veo las principales limitaciones no sólo para el Perú, sino también para Chile.

Para variar, Chile arrancó primero y creó una institucionalidad que le ha permitido avanzar en su diversificación productiva y darle mayor valor agregado a sus productos. En el Perú, durante este gobierno, se le ha dado mayor impulso a estos temas, se ha fortalecido el Concytec, se han incrementado los fondos que maneja el Fincyt para promover proyectos de innovación productivos y se ha concentrado en esta institución los recursos que estaban dispersos en diferentes instituciones como consecuencia de las cuotas de poder de anteriores gobiernos. El BID ya considera a esta institución peruana como uno de los ejemplos a seguir. ¿Lo sabían?

Pero a pesar de ello, después de escuchar a Jeremy Rifkin, autor de La tercera revolución industrial y La sociedad del costo marginal cero, la impresión que me deja el Congreso del Futuro organizado por el Senado chileno es que nuestros pasos si bien van en el sentido correcto son demasiado tibios. Que la velocidad a la que se está moviendo el mundo exige más audacia en esta materia. El punto es que si no logramos tener visión de largo plazo y políticas públicas muy agresivas, probablemente seguiremos avanzando, probablemente Perú hasta logre entrar a la OECD (Chile ya lo hizo), pero eso no nos garantizará ni ser una nación desarrollada ni asegurará la sostenibilidad de nuestras tasas de crecimiento con un desarrollo social que sean parte de un modelo intrínsecamente inclusivo. Necesitamos un cambio de chip con carácter de urgencia.

Cierro con lo siguiente. Hay tres temas sobre los que hay un consenso relativamente extendido en la derecha y en la izquierda chilenas. Las dos primeras ya las mencionamos: la desigualdad como principal reto, y la necesidad de aumentar y fortalecer la educación pública. El tercero es el de la productividad. Es una palabra que estuvo presente continuamente en el discurso de los tres políticos de ese día, la presidenta Bachelet, el ex presidente Piñera y el Ministro de Hacienda Alberto Arenas.

Lamentablemente en el Perú es un concepto que aún no logramos digerir a pesar de que es fundamental para que, entre otras cosas, los derechos laborales no sean sólo un buen deseo o estén puestos en el papel pero no se puedan cumplir. Y es difícil encontrar a algún político peruano haciendo referencia a él. A esto apunta no sólo la necesidad de invertir en educación, innovación, ciencia y tecnología, sino también la urgencia de contar con líderes que nos permitan tener una visión de hacia donde va el mundo para podernos subir al tren de la historia y que no se nos pase de nuevo. ¿Podremos? ¿Alguien se opone?


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